Mi anhelo por conocer los restos de los ramales ferroviarios de la Región de La Araucanía me tenía con una nueva idea en mi mente: viajar hacia el Oeste, desde la estación ferroviaria de Pua (12 kilómetros al Sur de la estación Victoria, en la Línea Central de los Ferrocarriles del Estado de Chile), en donde antaño se iniciaban las vías del ferrocarril hacia la Cordillera de Los Andes (Lonquimay) y hacia el corazón de la zona de producción triguera de las provincias de Malleco y Cautín (Galvarino y Traiguén).
En la imagen precedente se observa, con color amarillo, el inicio de los ramales en Pua
La oportunidad de ir a recorrer esas huellas ferroviarias se presentó los días 30 y 31 de octubre y el primer día del mes de noviembre recientes. Me hice acompañar de mi sobrino, por que siempre es conveniente y más entretenido en estas travesías viajar con alguien con quien compartirla.
La pasada experiencia (ver "De Curacautín a Temuco: 100 kilómetros por la antigua faja ferroviaria") con mi vieja bicicleta Oxford Rally, de pesado acero, me hizo considerar que ya a mi edad necesitaría cambiarme a un vehículo más liviano: una mountainbike de aluminio. Ya decidido por una nueva bicicleta, me endeudé por un año en la adquisición de una "Trek" modelo 3700.
A las 5 PM del domingo 30 de octubre mi sobrino y yo embarcamos nuestras pertenencias en el bus de la empresa Bío Bío, que nos llevaría hasta el paradero del cruce Pua. El auxiliar se incomodó un poco cuando le dijimos que nos bajaríamos sólo en Pua. Luego de unos minutos de acomodar los bultos y nuestras bicicletas y mochilas en el portaequipaje, tuvo que sacarse la corbata, pues ya transpiraba. Descendimos en el lugar poco antes de las seis de la tarde. Pasamos a visitar la estación y quise saludar al movilizador. La estación estaba solitaria y la puerta de la oficina del movilizador estaba cerrada, pero se escuchaba el relato de la transmisión del partido de fútbol entre los clubes chilenos de Primera División Universidad de Chile y Colo Colo. Toco la puerta con mis nudillos, aparece rápidamente el movilizador de turno, a quien conozco (por mi afición a la fotografía ferroviaria en los alrededores) y lo saludo, pero él parece que no está muy interesado en entablar una conversación. Me dice que está viendo el partido, así es que lo único que le pido es que nos convide agua para nuestras botellas. Desaparece hacia el interior de la oficina, cerrando la puerta, y luego aparece con las botellas con agua fresca y fría. Se despide, para aparecer un rato más tarde con la banderola y un bastón, ya que el tren de pasajeros que viene de Victoria hacia Temuco está por llegar. Por el Norte y en la distancia se ve aparecer el TLD, el movilizador ondea la banderola que indica al maquinista "entrar con precaución" a la estación. El tren se detiene suavemente, se abren las puertas, se ven aparecer a los conductores y comienzan a subir los pasajeros. El tren se ve con bastantes ocupantes, ya que es el último del día hacia la capital regional. Luego de un minuto detenido comienza su marcha hacia Temuco, los vemos irse rumbo al Sur, desaparece en la distancia y nos disponemos para comenzar nuestro pedaleo hacia nuestra primera meta: el pueblo de Quino.
Poco antes de las siete de la tarde salimos del pequeño pueblo, cruzamos la Ruta 5 Sur por el paso sobre nivel, y se nos acaba el asfalto. Hemos comenzado la áspera ruta ripiada. Una hora más tarde estábamos llegando a Quino. Unos letreros nos avisan que el puente vehicular está en reparaciones y hay que acceder al pueblo por el puente ferroviario. Una vez más, las antiguas obras del ferrocarril - hechas para durar - dando salvataje y conectividad, cuando han sido desechadas por el desmantelamiento de los ramales. En mi mente tenía el recuerdo de una fotografía que mostraba una placa conmemorativa de la construcción de aquel puente, pero ya no está, ha sido arrancada de cuajo... Quiero fotografiar al puente ferroviario desde otra perspectiva, así es que nos devolvemos, para cruzar el puente de madera en mantenimiento. Lo único que hay son las enormes vigas de madera. Cruzamos caminando con cuidado por sobre una viga y con las bicicletas empujadas rodando por otra viga. Desde el medio del puente trato de capturar una imagen, pero ya oscurece y no se aprecia bien la estructura. Igual hago una imagen. Ingresamos al pequeño pueblo, en dirección de la faja ferroviaria, veo un paso sobre nivel y me dirijo a fotografiarlo. De improviso nos sale una jauría de perros que nos ladra amenazante. Prosigo pedaleando lentamente, para no enfurecer más a los animales, pero siento unos mordiscos en la parte del talón de mi zapatilla izquierda. No les hago caso, doy una vuelta y me ubico frente a aquella obra ferroviaria y la fotografío, mientras los perros se entretienen con mi sobrino...
Los últimos rayos del Sol de la tarde provocan largas sombras. Saludamos a un lugareño, quien nos da importantes datos sobre los aún existente puentes del ramal y de cómo acceder a ellos, además de convidarnos agua fresca. Nos dice que trabaja en el sector Terpelle, en las cercanías de Chufquén, en donde los terrenos de aquella ex estación del subramal a Galvarino han sido ocupados en parte por una pequeña villa. Nos despedimos, pedaleamos por "el centro" del poblado, para conocerlo, y regresamos al sector de la estación del ferrocarril. Antes de anochecer visitamos el lugar, capturo unas imágenes del abandonado edificio. Más tarde buscamos dónde armar nuestra carpa, no muy cerca de las calles del pueblo, ya que ha sido una tarde en la que ha habido aquel encuentro de fùtbol transmitido por la TV, no conocemos el resultado: los hinchas beben para celebrar la alegría del triunfo o para olvidar la tristeza y no queremos pasar un inconveniente. Buscamos un lugar, alejándonos del pueblo hacia el Oeste, por la orilla de la faja ferroviaria, pero hay pastizales muy altos con pendiente y por el otro lado un cerco de alambre de púa en muy buen estado. Ya está muy oscuro y decidimos regresar al pueblo. En la distancia nuevamente aparecen las luces de la localidad. Casi frente al recinto de la estación mi sobrino detecta una pasada para peatones en el cerco, deja su bicicleta y mochila y va a explorar. Regresa con la noticia de que es un lugar plano y amplio. Pasamos nuestras pertenencias por sobre el cerco y nos dirigimos en búsqueda del lugar adecuado, que resulta ser al lado de un gran árbol. Armamos la pequeña carpa iglú, amarramos nuestras bicicletas con una cadena, nos alimentamos y procedemos a descansar dentro de nuestros sacos de dormir. Me quedo dormido pensando en nuestros destinos del día siguiente y escuchando el ruido del río Quino que corre en la quebrada cercana a nuestro campamento. Bien entrada la noche se escuchan unos tremendos estampidos en las cercanías y luces de un vehículo, que alumbran entre los árboles que están a la orilla del camino: son cazadores, que no tienen ningún respeto por el sueño de la gente del pueblo.
La mañana del lunes 31 de octubre llega, salgo de la carpa, me arropo (pues está bien frío y hay un poco de neblina) y salgo a recorrer el entorno. El Sol ha comenzado a alumbrar y es una ocasión para fotografiar, que no hay que desperdiciar. Desde la altura recorro el borde la quebrada y observo que el río tiene unos pequeños saltos, los que producen el permanente ruido ambiente. Después del recorrido por el campo voy a buscar imágenes ferroviarias y a observar el estado de aquel patrimonio histórico destruido. Regreso al campamento dos horas después, habiendo fotografiado lo que quería y encontrado el foso de la que fue la tornamesa de la estación.
Después de desayunar, desmontamos todo y emprendemos rumbo hacia el puente ferroviario sobre el río Quino. Parte del trayecto lo realizamos rápidamente, pero al llegar al final del camino tuvimos que proseguir caminando por el terraplén de la faja ferroviaria, al que accedimos por una pronunciada pendiente; un viejo durmiente de pellín alberga a una culebra que se calienta al Sol. El subir hasta allí nos hace pensar en el inmenso trabajo de nivelación y relleno que hicieron los trabajadores de antaño, para poder poner finalmente los rieles hacia Galvarino, los que hoy ya no están. Alrededor de las 11 AM vemos entre la maleza la estructura oxidada del majestuoso puente de acero. Dejo mi bici y mochila, tomo mi cámara fotográfica y trato de cruzar el puente. Mi sobrino me observa y se queda allí, ya que tiene temor a las alturas. Yo llego lentamente hasta casi la mita del puente, haciendo piruetas para encontrar dónde apoyarme, pero es difícil. Decido quedarme allí, fotografío unas bandurrias que reclamaban ante mi presencia en su alto territorio, observo que en el lejano fondo de la quebrada y en el río mismo están unas estructuras de acero del puente, entonces me doy cuenta que el viaducto fue cortado en su lado sur, quizás para inhabilitarlo... más destrucción patrimonial. Con mi sobrino buscamos un lugar para acceder a una vista inferior o lateral del puente, lo que pudimos lograr, dándonos una de inmensa alegría de poder estar allí. La vista de esa obra de ingeniería es espectacular: un hermoso puente de arco en acero Después de recorrer el entorno, una hora más tarde emprendemos el regreso al pueblo de Quino. En un negocio pasamos a "echar bencina", consumiendo 1,5 litros de una Coca Cola helada, que nos hizo muy bien. El precio $1.050. Pido que nos conviden agua potable para nuestras botellas, a lo que la dueña del negocito accede amablemente. Para ocupar el resto del día emprendimos el viaje por el antiguo camino ripiado a Traiguén, por el cual logramos llegar hasta el estero Tricauco, en donde se encuentra un puente ferroviario de cemento. Fotografías en el lugar y vamos en busca de nuestro cercano destino: el recinto en donde estuvo la estación ferroviaria de Tricauco, del ramal a Traiguén. Alrededor de las 15:30 horas accedemos por un terreno muy plano y llegamos al inconfundible patio de una estación. Es un inmenso y verde potrero, con los restos y cimientos del edificio de la estación, de dos bodegas de carga y rampas para cargar animales. Entre el pasto aún está el balasto y la huella dejada por la extracción de los durmientes, que alguna vez estuvieron allí para dar apoyo a los rieles por cuales rodaron los trenes del ramal. Recorremos todo el entorno, almorzamos en la agradable sombra de unos manzanos, que nos protegieron de la fuerte luz solar y el calor de ese despejado día. Luego, una larga siesta acompañados del bonito gorgojeo de aves autóctonas. Despertamos de la reponedora siesta y nos alejamos de aquel lindo lugar, rumbo ahora al puente Chanco, por la bien marcada faja ferroviaria, cruzando el puente Tricauco, así alejándonos del camino por el cual habíamos llegado hasta aquel lugar. Llegamos al Chanco poco antes de las 18:30 horas, casi sin agua para beber.
Mi sobrino se atreve a pedir agua a una comunera mapuche, mientras yo trato de encontrar el mejor lugar para fotografiar el puente ferroviario de arco, con la luz del Sol que comienza a desaparecer tras de los cerros. Mi sobrino regresa con las botellas llenas de agua. Luego de ello él sale a buscar señal para alguno de sus dos teléfonos celulares, dedico a reparar la cámaras de las ruedas de mi bici, que ha sufrido ya dos pinchazos en el tramo por la dura faja ferroviaria, desde Tricauco. Mi sobrino regresa caminando por el alto terraplén y en eso aparece un tropel de perros que viene corriendo desde el interior de la hijuela mapuche, que colinda con la faja ferroviaria y el estero, logrando bajar hasta donde habíamos dejado nuestra cosas por otro lado; parece que no somos bienvenidos Como oscurece, armamos la carpa en una superficie bien plana, con pasto verde cortito, y nos disponemos a alojar en la parte baja del terraplén, que colinda con el cerco de alambre de púas de la hijuela de donde salieron los furiosos perros. Estábamos guardando nuestras cosas en el interior de la carpa cuando aparece veloz, montado en una mountaibike, un comunero mapuche que, desde el otro lado de su cerco, nos viene literalmente a echar del lugar. Le explico en qué andamos y que estamos fuera de su propiedad. Él, muy molesto, sólo quiere que nos vayamos, no entiende de cicloturismo, ni de fotografía patrimonial ni de faja ferroviaria fiscal perpetua. Para él somos gente que viene a provocar incendios en su bosque, a robar sus animales (¿¿ !!) y los "fierros" del puente, que los turistas salen a caminar y los perros ladran toda la noche, y, que como ya no hay trenes, todo eso "es de la comunidad", o sea, somos unos intrusos en propiedad privada... Le explico que andamos en bicicleta y que él nos diga cómo podríamos llevarnos sus animales en ellas. Me dice que nosotros íbamos a llamar por teléfono. Parece que el lugar ha sido visitado por huincas que han provocado problemas, lo que puede ser verdad, ya que la placa conmemorativa del puente Chanco (al lado de su hijuela) tampoco está. Pese a todo, pensando que ya ha oscurecido y que estamos lejos de Quino, le digo que sólo alojaremos esa noche allí (lo que es verdad, por que el día siguiente tenemos que esperar en el cruce Pua el bus que sale a las 14:00 horas desde Victoria). Me dice que Quino está ahí no más., pero yo sé que está lejos, pues he marcado distancias en un mapa, y además ya está oscuro. Le explico lo del problema con las ruedas de mi bicicleta, que no han sido bien reparadas y que no andamos en busca de problemas o de causarlos. Le pido de su permiso para descansar allí y le prometo que nos iremos bien temprano. Finalmente me autoriza, pero "si los perros se ponen a ladrar" no sabíamos a lo que nos exponíamos... Creo que son bravuconadas, por que no les gusta que los "chilenos" vayan o pasen por la comunidad indígena. Le agradezco y él se va hablando cosas que no se alcanzan a escuchar ni a entender. Amarramos bien las bicicletas, nos metemos en la carpa, comemos algo rápido y nos forramos con los sacos de dormir. En voz baja le digo a mi sobrino, en relación con todo lo escuchado de boca del comunero: "No quiere a los huincas, pero usa ropa huinca; vive en una casa al estilo huinca, no en ruca; usa bicicleta mountainbike huinca y no quiere que dañen el puente que hicieron los huincas, por que le sirve"... A lo lejos los perros ladran, no sé a quien, y me quedo dormido por el cansancio.
A las 7 AM estoy en pie y mi sobrino también se levanta; desarmamos la carpa, metemos nuestras pertenencias a las mochilas, revisamos que no se nos quede algo y que cause molestias a otro futuro visitante huinca. No pienso tomar desayuno en el lugar, inflo por última vez las ruedas de mi bici y nos vamos. Subimos al terraplén, cruzamos el puente ferroviario (es ferroviario, aunque ya no exista la vía férrea !!!), caminando para no pinchar las ruedas, y vamos en busca del camino que nos llevará hasta Quino, que está a unos 700 metros, pero el pueblo está a diez kilómetros. La mañana está fresca y avanzamos rápido, salvo una larga cuesta que deja atrás el valle en que estaba el puente Chanco.
A las nueve de la mañana estábamos en Quino; fotografío una vieja casa abandonada y vamos a instalamos a preparar nuestro desayuno en la pequeña plaza del pueblo. Calentamos agua en la tetera del set de camping Doite. con mi pequeño pero potente quemador Doite, que atornillo a la lata de gas; nos servimos nuestros sandwichs de queso y comemos nuestras últimas raciones de frutos secos (un delicioso mix de pasas, almendras, nueces, maní, avellanas y castañas de cajú). Pero ¡qué grato es beber una bebida caliente reponedora, en una mañana más que fresca! La bebida que hemos preparado estos días es una mezcla de leche en polvo con Milo.
Alrededor de las 10 AM, guardamos los implementos, cerramos nuestras mochilas y partimos a nuestro próximo destino: el puente ferroviario sobre el estero El Salto, ubicado a unos cinco kilómetros, camino a Pua, pero accediendo a la faja ferroviaria, desviándonos del camino principal. Habiendo ya viajado un par de kilómetros, en una arboleda al costado del camino, escucho el trinar de cientos de pájaros. Me detengo, miro hacia lo alto y en las copas de los árboles están aquellas aves pequeñitas, que no se muestran pero que se hacen notar. Grabé un corto vídeo, en que aparece mi sobrino, en el que se puede ver el entorno y escuchar un verdadero Recital pajarístico. Recorremos un kilómetro y medio, nos separamos del camino y entramos a la faja ferroviaria; avanzamos otros dos kilómetros y medio y llegamos a un corto puente sobre un antiguo canal de regadío y, un poco más allá, al puente El Salto. Como es de esperar, está en buen estado. Bajamos por un costado de la cabecera del lado Este, pero el lecho del estero, cubierto con abundante pasto, está aún blando y tratamos de no hundirnos. Logro unas fotografías y emprendemos el regreso hacia el sitio en que hicimos ingreso a la faja ferroviaria. Ahora nuestro destino es llegar a Pua. Los últimos diez kilómetros fueron largos, debido al casi monótono camino. Me di cuenta que mi sobrino iba haciendo lo mismo que yo: mirando la marca que ponen en los cercos, a orillas del camino, de los metros y kilómetros desde el origen, en este caso desde el cruce Pua. 6.800, 5.400, 4.700, 3500, qué lentos pasaban ante nuestra vista. 1.800, y ya casi estamos a las puertas de la civilización. Ochocientos metros y se ve la Ruta Cinco, con sus camiones, buses y automóviles, y también las tres antenas de telefonía celular de Pua. Suena mi teléfono, me detengo y lo saco de mi bolso delantero. Es una llamada de mi hermana, en la que me invita a almorzar a su casa cuando lleguemos a Temuco. Pienso que lo único que quisiera hacer cuando llegue a mi ciudad es irme a mi casa, descargar mis cosas, bañarme, comer y acostarme, por que al día siguiente tengo que estar temprano en mi trabajo. La invitación señala el menú y no puedo negarme...
Seguimos pedaleando los últimos metros de ripio y finalmente llegamos al asfalto. Subimos a la rotonda y paso sobre el nivel de la Ruta 5, para pasar nuevamente a la estación Pua. Ahora, a diferencia de dos días antes, el edificio y oficina está cerrado y no se escucha sonido alguno. Nos sentamos en los viejos escalones de piedra a descansar. Mi sobrino va a comprar una Coca Cola de litro y medio, a un bar que está al otro lado de la estación del pueblo. Le paso dinero con el "tejo pasado", por si acaso, lo que resultó acertado, pues la misma bebida (pero al natural, no fría como en Quino) costó $1.200. Al lado de la excelente autopista que recorre gran parte de Chile, el producto es más caro que en un pequeño pueblo que quedó olvidado después de ser levantados los rieles del ramal que la daba vida. Bueno, es el libre mercado ....
Faltando quince minutos para las dos de la tarde, nos despedimos de la estación Pua. A las 2 PM saldría el bus desde Victoria, y ya tenía comprado los pasajes, con subida en ese lugar. En la garita estaban algunas personas, esperando que algún bus se detuviera. Me entretengo conversando con un hombre adulto que tiene el aspecto inconfundible de tener raíces mapuches. Éste es bien amable y hasta tímido, a diferencia del que nos quiso echar desde Chanco. ¡De todo hay en la viña del Señor! Puntualmente, a las 2:15 PM, aparece el bus Bío Bío, reduce la velocidad e ingresa a la pista que accede a la garita del paradero Pua. ¡Sorpresa! Veo que el auxiliar que se ve detrás del parabrisas es el mismo de nuestro viaje anterior; y que se le nota en la cara que él también nos ha reconocido... Esta vez deja que nosotros mismos carguemos nuestras pertenencias, hace el ademán que indica su tradicional entrega de tickets para la recuperación de nuestras pertenencias en Temuco, pero se arrepiente. Yo pienso que él ya tiene claro de quiénes son esos bultos, así es que me subo al bus, saludo al conductor y me siento en mi butaca. Mi sobrino se sienta en su puesto y me dice "Nos reconocieron, por que el chofer le dijo al auxiliar 'son los mismos'". Cosas de la vida de un cicloturista.
Al llegar a Temuco nos bajamos en un paradero cercano al hotel Holiday Inn Express, desde donde nuevamente echamos a rodar, esta vez hacia la casa de mi hermana. Un menú muy apropiado: "proteína animal" con puré, verduras, jugo sabor a arándano y de postre torta, ¡qué recibimiento!
Me quedé hasta las 20:45, tiempo en el que vi la película, ad hoc, "Imparable" (sobre trenes, basada en un hecho de la vida real), y ayudé a cavar la sepultura del viejo perrito mascota de mi hermana, que falleció en el intertanto. Como se puede apreciar, tuve diversidad de emociones en esos dos y medio días.
Mi retirada a casa demoró otra media hora de viaje, pero finalmente llegué. Para no dilatar las cosas desempaqué todo: sacar la ropa sucia, guardar carpa y saco de dormir y todo lo que tenía que volver a su lugar. Luego de ello, puse tapón a la tina de baño, eché a correr el agua caliente y me di un baño, que un ciudadano de la antigua Roma me hubiera envidiado. Antes de retirarme a mi cama vuelvo a hidratarme, observo mis ojos por si están muy colorados por la exposición a la luz solar, pero están bien: mis lentes para Sol "Rayoban" (já já ja´) me ayudaron a protejer mi vista.
Unos sesenta y cuatro kilómetros en mi nueva bicicleta, por camino ripiado, sendas de tierra y faja ferroviaria con balasto y sin él, han sido una fabulosa terapia para mi espíritu, y también me han dado luces para realizar otro viaje, que me permita fotografiar con más detenimiento y arte los hermosos lugares que visitamos con mi sobrino.
¡Hasta la próxima!
Los últimos rayos del Sol de la tarde provocan largas sombras. Saludamos a un lugareño, quien nos da importantes datos sobre los aún existente puentes del ramal y de cómo acceder a ellos, además de convidarnos agua fresca. Nos dice que trabaja en el sector Terpelle, en las cercanías de Chufquén, en donde los terrenos de aquella ex estación del subramal a Galvarino han sido ocupados en parte por una pequeña villa. Nos despedimos, pedaleamos por "el centro" del poblado, para conocerlo, y regresamos al sector de la estación del ferrocarril. Antes de anochecer visitamos el lugar, capturo unas imágenes del abandonado edificio. Más tarde buscamos dónde armar nuestra carpa, no muy cerca de las calles del pueblo, ya que ha sido una tarde en la que ha habido aquel encuentro de fùtbol transmitido por la TV, no conocemos el resultado: los hinchas beben para celebrar la alegría del triunfo o para olvidar la tristeza y no queremos pasar un inconveniente. Buscamos un lugar, alejándonos del pueblo hacia el Oeste, por la orilla de la faja ferroviaria, pero hay pastizales muy altos con pendiente y por el otro lado un cerco de alambre de púa en muy buen estado. Ya está muy oscuro y decidimos regresar al pueblo. En la distancia nuevamente aparecen las luces de la localidad. Casi frente al recinto de la estación mi sobrino detecta una pasada para peatones en el cerco, deja su bicicleta y mochila y va a explorar. Regresa con la noticia de que es un lugar plano y amplio. Pasamos nuestras pertenencias por sobre el cerco y nos dirigimos en búsqueda del lugar adecuado, que resulta ser al lado de un gran árbol. Armamos la pequeña carpa iglú, amarramos nuestras bicicletas con una cadena, nos alimentamos y procedemos a descansar dentro de nuestros sacos de dormir. Me quedo dormido pensando en nuestros destinos del día siguiente y escuchando el ruido del río Quino que corre en la quebrada cercana a nuestro campamento. Bien entrada la noche se escuchan unos tremendos estampidos en las cercanías y luces de un vehículo, que alumbran entre los árboles que están a la orilla del camino: son cazadores, que no tienen ningún respeto por el sueño de la gente del pueblo.
La mañana del lunes 31 de octubre llega, salgo de la carpa, me arropo (pues está bien frío y hay un poco de neblina) y salgo a recorrer el entorno. El Sol ha comenzado a alumbrar y es una ocasión para fotografiar, que no hay que desperdiciar. Desde la altura recorro el borde la quebrada y observo que el río tiene unos pequeños saltos, los que producen el permanente ruido ambiente. Después del recorrido por el campo voy a buscar imágenes ferroviarias y a observar el estado de aquel patrimonio histórico destruido. Regreso al campamento dos horas después, habiendo fotografiado lo que quería y encontrado el foso de la que fue la tornamesa de la estación.
Después de desayunar, desmontamos todo y emprendemos rumbo hacia el puente ferroviario sobre el río Quino. Parte del trayecto lo realizamos rápidamente, pero al llegar al final del camino tuvimos que proseguir caminando por el terraplén de la faja ferroviaria, al que accedimos por una pronunciada pendiente; un viejo durmiente de pellín alberga a una culebra que se calienta al Sol. El subir hasta allí nos hace pensar en el inmenso trabajo de nivelación y relleno que hicieron los trabajadores de antaño, para poder poner finalmente los rieles hacia Galvarino, los que hoy ya no están. Alrededor de las 11 AM vemos entre la maleza la estructura oxidada del majestuoso puente de acero. Dejo mi bici y mochila, tomo mi cámara fotográfica y trato de cruzar el puente. Mi sobrino me observa y se queda allí, ya que tiene temor a las alturas. Yo llego lentamente hasta casi la mita del puente, haciendo piruetas para encontrar dónde apoyarme, pero es difícil. Decido quedarme allí, fotografío unas bandurrias que reclamaban ante mi presencia en su alto territorio, observo que en el lejano fondo de la quebrada y en el río mismo están unas estructuras de acero del puente, entonces me doy cuenta que el viaducto fue cortado en su lado sur, quizás para inhabilitarlo... más destrucción patrimonial. Con mi sobrino buscamos un lugar para acceder a una vista inferior o lateral del puente, lo que pudimos lograr, dándonos una de inmensa alegría de poder estar allí. La vista de esa obra de ingeniería es espectacular: un hermoso puente de arco en acero Después de recorrer el entorno, una hora más tarde emprendemos el regreso al pueblo de Quino. En un negocio pasamos a "echar bencina", consumiendo 1,5 litros de una Coca Cola helada, que nos hizo muy bien. El precio $1.050. Pido que nos conviden agua potable para nuestras botellas, a lo que la dueña del negocito accede amablemente. Para ocupar el resto del día emprendimos el viaje por el antiguo camino ripiado a Traiguén, por el cual logramos llegar hasta el estero Tricauco, en donde se encuentra un puente ferroviario de cemento. Fotografías en el lugar y vamos en busca de nuestro cercano destino: el recinto en donde estuvo la estación ferroviaria de Tricauco, del ramal a Traiguén. Alrededor de las 15:30 horas accedemos por un terreno muy plano y llegamos al inconfundible patio de una estación. Es un inmenso y verde potrero, con los restos y cimientos del edificio de la estación, de dos bodegas de carga y rampas para cargar animales. Entre el pasto aún está el balasto y la huella dejada por la extracción de los durmientes, que alguna vez estuvieron allí para dar apoyo a los rieles por cuales rodaron los trenes del ramal. Recorremos todo el entorno, almorzamos en la agradable sombra de unos manzanos, que nos protegieron de la fuerte luz solar y el calor de ese despejado día. Luego, una larga siesta acompañados del bonito gorgojeo de aves autóctonas. Despertamos de la reponedora siesta y nos alejamos de aquel lindo lugar, rumbo ahora al puente Chanco, por la bien marcada faja ferroviaria, cruzando el puente Tricauco, así alejándonos del camino por el cual habíamos llegado hasta aquel lugar. Llegamos al Chanco poco antes de las 18:30 horas, casi sin agua para beber.
Mi sobrino se atreve a pedir agua a una comunera mapuche, mientras yo trato de encontrar el mejor lugar para fotografiar el puente ferroviario de arco, con la luz del Sol que comienza a desaparecer tras de los cerros. Mi sobrino regresa con las botellas llenas de agua. Luego de ello él sale a buscar señal para alguno de sus dos teléfonos celulares, dedico a reparar la cámaras de las ruedas de mi bici, que ha sufrido ya dos pinchazos en el tramo por la dura faja ferroviaria, desde Tricauco. Mi sobrino regresa caminando por el alto terraplén y en eso aparece un tropel de perros que viene corriendo desde el interior de la hijuela mapuche, que colinda con la faja ferroviaria y el estero, logrando bajar hasta donde habíamos dejado nuestra cosas por otro lado; parece que no somos bienvenidos Como oscurece, armamos la carpa en una superficie bien plana, con pasto verde cortito, y nos disponemos a alojar en la parte baja del terraplén, que colinda con el cerco de alambre de púas de la hijuela de donde salieron los furiosos perros. Estábamos guardando nuestras cosas en el interior de la carpa cuando aparece veloz, montado en una mountaibike, un comunero mapuche que, desde el otro lado de su cerco, nos viene literalmente a echar del lugar. Le explico en qué andamos y que estamos fuera de su propiedad. Él, muy molesto, sólo quiere que nos vayamos, no entiende de cicloturismo, ni de fotografía patrimonial ni de faja ferroviaria fiscal perpetua. Para él somos gente que viene a provocar incendios en su bosque, a robar sus animales (¿¿ !!) y los "fierros" del puente, que los turistas salen a caminar y los perros ladran toda la noche, y, que como ya no hay trenes, todo eso "es de la comunidad", o sea, somos unos intrusos en propiedad privada... Le explico que andamos en bicicleta y que él nos diga cómo podríamos llevarnos sus animales en ellas. Me dice que nosotros íbamos a llamar por teléfono. Parece que el lugar ha sido visitado por huincas que han provocado problemas, lo que puede ser verdad, ya que la placa conmemorativa del puente Chanco (al lado de su hijuela) tampoco está. Pese a todo, pensando que ya ha oscurecido y que estamos lejos de Quino, le digo que sólo alojaremos esa noche allí (lo que es verdad, por que el día siguiente tenemos que esperar en el cruce Pua el bus que sale a las 14:00 horas desde Victoria). Me dice que Quino está ahí no más., pero yo sé que está lejos, pues he marcado distancias en un mapa, y además ya está oscuro. Le explico lo del problema con las ruedas de mi bicicleta, que no han sido bien reparadas y que no andamos en busca de problemas o de causarlos. Le pido de su permiso para descansar allí y le prometo que nos iremos bien temprano. Finalmente me autoriza, pero "si los perros se ponen a ladrar" no sabíamos a lo que nos exponíamos... Creo que son bravuconadas, por que no les gusta que los "chilenos" vayan o pasen por la comunidad indígena. Le agradezco y él se va hablando cosas que no se alcanzan a escuchar ni a entender. Amarramos bien las bicicletas, nos metemos en la carpa, comemos algo rápido y nos forramos con los sacos de dormir. En voz baja le digo a mi sobrino, en relación con todo lo escuchado de boca del comunero: "No quiere a los huincas, pero usa ropa huinca; vive en una casa al estilo huinca, no en ruca; usa bicicleta mountainbike huinca y no quiere que dañen el puente que hicieron los huincas, por que le sirve"... A lo lejos los perros ladran, no sé a quien, y me quedo dormido por el cansancio.
A las 7 AM estoy en pie y mi sobrino también se levanta; desarmamos la carpa, metemos nuestras pertenencias a las mochilas, revisamos que no se nos quede algo y que cause molestias a otro futuro visitante huinca. No pienso tomar desayuno en el lugar, inflo por última vez las ruedas de mi bici y nos vamos. Subimos al terraplén, cruzamos el puente ferroviario (es ferroviario, aunque ya no exista la vía férrea !!!), caminando para no pinchar las ruedas, y vamos en busca del camino que nos llevará hasta Quino, que está a unos 700 metros, pero el pueblo está a diez kilómetros. La mañana está fresca y avanzamos rápido, salvo una larga cuesta que deja atrás el valle en que estaba el puente Chanco.
A las nueve de la mañana estábamos en Quino; fotografío una vieja casa abandonada y vamos a instalamos a preparar nuestro desayuno en la pequeña plaza del pueblo. Calentamos agua en la tetera del set de camping Doite. con mi pequeño pero potente quemador Doite, que atornillo a la lata de gas; nos servimos nuestros sandwichs de queso y comemos nuestras últimas raciones de frutos secos (un delicioso mix de pasas, almendras, nueces, maní, avellanas y castañas de cajú). Pero ¡qué grato es beber una bebida caliente reponedora, en una mañana más que fresca! La bebida que hemos preparado estos días es una mezcla de leche en polvo con Milo.
Alrededor de las 10 AM, guardamos los implementos, cerramos nuestras mochilas y partimos a nuestro próximo destino: el puente ferroviario sobre el estero El Salto, ubicado a unos cinco kilómetros, camino a Pua, pero accediendo a la faja ferroviaria, desviándonos del camino principal. Habiendo ya viajado un par de kilómetros, en una arboleda al costado del camino, escucho el trinar de cientos de pájaros. Me detengo, miro hacia lo alto y en las copas de los árboles están aquellas aves pequeñitas, que no se muestran pero que se hacen notar. Grabé un corto vídeo, en que aparece mi sobrino, en el que se puede ver el entorno y escuchar un verdadero Recital pajarístico. Recorremos un kilómetro y medio, nos separamos del camino y entramos a la faja ferroviaria; avanzamos otros dos kilómetros y medio y llegamos a un corto puente sobre un antiguo canal de regadío y, un poco más allá, al puente El Salto. Como es de esperar, está en buen estado. Bajamos por un costado de la cabecera del lado Este, pero el lecho del estero, cubierto con abundante pasto, está aún blando y tratamos de no hundirnos. Logro unas fotografías y emprendemos el regreso hacia el sitio en que hicimos ingreso a la faja ferroviaria. Ahora nuestro destino es llegar a Pua. Los últimos diez kilómetros fueron largos, debido al casi monótono camino. Me di cuenta que mi sobrino iba haciendo lo mismo que yo: mirando la marca que ponen en los cercos, a orillas del camino, de los metros y kilómetros desde el origen, en este caso desde el cruce Pua. 6.800, 5.400, 4.700, 3500, qué lentos pasaban ante nuestra vista. 1.800, y ya casi estamos a las puertas de la civilización. Ochocientos metros y se ve la Ruta Cinco, con sus camiones, buses y automóviles, y también las tres antenas de telefonía celular de Pua. Suena mi teléfono, me detengo y lo saco de mi bolso delantero. Es una llamada de mi hermana, en la que me invita a almorzar a su casa cuando lleguemos a Temuco. Pienso que lo único que quisiera hacer cuando llegue a mi ciudad es irme a mi casa, descargar mis cosas, bañarme, comer y acostarme, por que al día siguiente tengo que estar temprano en mi trabajo. La invitación señala el menú y no puedo negarme...
Seguimos pedaleando los últimos metros de ripio y finalmente llegamos al asfalto. Subimos a la rotonda y paso sobre el nivel de la Ruta 5, para pasar nuevamente a la estación Pua. Ahora, a diferencia de dos días antes, el edificio y oficina está cerrado y no se escucha sonido alguno. Nos sentamos en los viejos escalones de piedra a descansar. Mi sobrino va a comprar una Coca Cola de litro y medio, a un bar que está al otro lado de la estación del pueblo. Le paso dinero con el "tejo pasado", por si acaso, lo que resultó acertado, pues la misma bebida (pero al natural, no fría como en Quino) costó $1.200. Al lado de la excelente autopista que recorre gran parte de Chile, el producto es más caro que en un pequeño pueblo que quedó olvidado después de ser levantados los rieles del ramal que la daba vida. Bueno, es el libre mercado ....
Faltando quince minutos para las dos de la tarde, nos despedimos de la estación Pua. A las 2 PM saldría el bus desde Victoria, y ya tenía comprado los pasajes, con subida en ese lugar. En la garita estaban algunas personas, esperando que algún bus se detuviera. Me entretengo conversando con un hombre adulto que tiene el aspecto inconfundible de tener raíces mapuches. Éste es bien amable y hasta tímido, a diferencia del que nos quiso echar desde Chanco. ¡De todo hay en la viña del Señor! Puntualmente, a las 2:15 PM, aparece el bus Bío Bío, reduce la velocidad e ingresa a la pista que accede a la garita del paradero Pua. ¡Sorpresa! Veo que el auxiliar que se ve detrás del parabrisas es el mismo de nuestro viaje anterior; y que se le nota en la cara que él también nos ha reconocido... Esta vez deja que nosotros mismos carguemos nuestras pertenencias, hace el ademán que indica su tradicional entrega de tickets para la recuperación de nuestras pertenencias en Temuco, pero se arrepiente. Yo pienso que él ya tiene claro de quiénes son esos bultos, así es que me subo al bus, saludo al conductor y me siento en mi butaca. Mi sobrino se sienta en su puesto y me dice "Nos reconocieron, por que el chofer le dijo al auxiliar 'son los mismos'". Cosas de la vida de un cicloturista.
Al llegar a Temuco nos bajamos en un paradero cercano al hotel Holiday Inn Express, desde donde nuevamente echamos a rodar, esta vez hacia la casa de mi hermana. Un menú muy apropiado: "proteína animal" con puré, verduras, jugo sabor a arándano y de postre torta, ¡qué recibimiento!
Me quedé hasta las 20:45, tiempo en el que vi la película, ad hoc, "Imparable" (sobre trenes, basada en un hecho de la vida real), y ayudé a cavar la sepultura del viejo perrito mascota de mi hermana, que falleció en el intertanto. Como se puede apreciar, tuve diversidad de emociones en esos dos y medio días.
Mi retirada a casa demoró otra media hora de viaje, pero finalmente llegué. Para no dilatar las cosas desempaqué todo: sacar la ropa sucia, guardar carpa y saco de dormir y todo lo que tenía que volver a su lugar. Luego de ello, puse tapón a la tina de baño, eché a correr el agua caliente y me di un baño, que un ciudadano de la antigua Roma me hubiera envidiado. Antes de retirarme a mi cama vuelvo a hidratarme, observo mis ojos por si están muy colorados por la exposición a la luz solar, pero están bien: mis lentes para Sol "Rayoban" (já já ja´) me ayudaron a protejer mi vista.
Unos sesenta y cuatro kilómetros en mi nueva bicicleta, por camino ripiado, sendas de tierra y faja ferroviaria con balasto y sin él, han sido una fabulosa terapia para mi espíritu, y también me han dado luces para realizar otro viaje, que me permita fotografiar con más detenimiento y arte los hermosos lugares que visitamos con mi sobrino.
¡Hasta la próxima!
Ruta realizada en este viaje: unos 64 kilómetros