Cuatro fines de semana sin salir ya era demasiado. Me decidí a realizar un visita a la antigua cantera ubicada en las cercanías de Metrenco, con o sin compañía. Mi decisión estaba basada fundamentalmente en el aliciente o motivación que me viene provocando la bitácora de Gustave Verniory, conocida en un libro titulado "Diez años en Araucanía 1889-1899". Lo he leído y releído en varias oportunidades, llevando mi mente hacia más de 100 años atrás, cuando mi bisabuelo José Acuña Urrutia trabajaba de albañil, teniendo yo casi la certeza absoluta de que él trabajó en la construcción de edificios y otras obras ferroviarias, durante la permanencia del ingeniero Verniory en Araucanía.

La lectura de la bitácora de Verniory, en lo relacionado con la excavación en Quinquer, me hizo preparar el viernes 28 de noviembre por la noche mi "cocaví" (derivada de una palabra del idioma quechua, que significa "alimento para viaje") y los demás aperos relacionados con un tour fotográfico al lugar. El sábado por la mañana, después de revisar mi bicicleta, lubricar la cadena y otras partes móviles, inflar las ruedas con la debida presión, salí sin compañía alguna desde mi hogar rumbo al sur hacia la ruta que ya he recorrido en otras dos oportunidades. El viernes había estado lloviendo, y el pronóstico del tiempo señalaba que el sábado 29 de noviembre sólo tendría chubascos por la mañana. Si llovía un poco no me importaba, porque igual saldría a pedalear, pero para mi deleite amaneció completamente despejado, y el resto de la jornada estuvo caluroso y con mucha radiación ultravioleta. El camino interior de la Comunidad Mapuche de Licanco está ya completamente asfaltado, y estaban rociando alquitrán sobre la mitad de la carpeta de rodado; ¡Qué diferencia a como la encontré hace un par de meses atrás, cuando el ripio suelto consumió casi todas mis energías¡ Este camino empalma con la "calle de servicio" o llamada también "vía local", que conduce a las localidades de Metrenco y Quepe. Una vez que entré a esta vía me desplacé como un kilómetro hasta la pasarela que queda frente al sector de la cantera, cuya excavación no es posible ver desde la ruta. Crucé a través de ella hacia el lado oriente de la Ruta Cinco y comencé a buscar un camino o senda que me condujera hacia la excavación. En eso andube como dos kilómetros hacia el Norte, hasta un punto en que la carretera y la vía férrea se acercan y existe un sendero que permite el acceso a la línea del ferrocarril. Comencé a recorrer, soibre ella, ahora hacia el Sur, y a través de los durmientes, el camino que me llevaría hacia la cantera misma. Ya había visto imágenes satelitales que me dieron una visual de cómo era aquel sector, así es que me dediqué a pedalear lo que más pude, pero era incómodo ir rebotando en cada durmiente, así es que me bajé de mi "corcel" y recorrí unos centenares de metros caminando. En eso estaba, cuando aparece ante mi vista un pequeño viaducto que cruza por sobre una senda que comunica dos sectores de tierras indígenas. Son las 12:30 horas. Encuentro interesante fotografiar esta obra ferroviaria y busco bajar desde la altura del terraplén hacia aquel sendero. Hallo el lugar y comienzo una empinada bajada, muy húmeda aún después de las lluvias, que me llevará al encuentro con la base del viaducto.
Observo que es una obra bastante antigua, pero de muy buena factura. La fotografío desde un lugar y luego desde otro ángulo. Para mitigar el calor abro mi mochila, extraigo una botella de 2 litros con una preparación de agua con "Zuko Go!", y me tomo unos tragos de aquel líquido. Estoy guardando mi vaso y la botella cuando en eso aparece una mujer mapuche que me pregunta muy seria: "Anda en algo bueno o en algo malo". Me acerco suavemente hacia ella, me saco mi casco de ciclista y la saludo diciéndole que ando en busca de lugares e historias relacionadas con mis antepasados. A la voz de antepasados comenzó entre ambos una conversación tremendamente interesante y muy amena. La señora resultó llamarse Leudora del Carmen Painén, quien me relata historias de su infancia en aquel lugar (Licanco Chico), y, para mi agrado, recuerda historias de cuando en el invierno pasaba el tren con locomotoras a vapor, ella con sus hermanitos hacían señas y pedían a los tripulantes de la máquina que les dejaban caer carbón mineral para que se calefaccionaran. La señora Leudora me cuenta que el tren de carga paraba y el "conductor" (como ella dice) tiraba aquel combustible fósil con una pala larga. También les pedían dulces, y en una oportunidad los ferroviarios de la locomotora les lanzaron un regalo: una inmensa bolsa de caramelos "Ambrosoli". Cuando ella menciona aquello, meto mi mano derecha al bolsillo de mi pantalón y saco dos caramelos de aquella marca, que portaba para dar carbohidratos a mis músculos, extiendo mi mano regalándoselos y me los recibe. Eso "derritió" el resto del hielo que quedaba. Estuve conversando con aquella esforzada mujer cerca de una hora. Me invitó a conocer el lugar en el que vive, que resultó ser muy acogedor y limpio. Tenía un pequeño jardín, bien cuidado, con árboles frutales y ornamentales. La razón de que ella apareciera a interrogarme era por las continuas promesas incumplidas, hechas por personeros, aparentemente del Ministerio de Obras Públicas o de Vialidad, relacionadas con un camino que les pudiera conectar con la ruta hacia Temuco, lo que no ocurre porque en la planificación de la nueva Ruta Cinco Sur no se contempló para la comunidad indígena del sector una salida apropiada, quedando "encerrados" en aquel sitio. Doña Leudora me dejó invitado para ir en el verano a cosechar manzanas "cabeza de niño" y de otras clases que tiene en su terreno. Al despedirme, para continuar hacia mi destino, le pedí permiso para poderme fotografiar junto a ella. Accedió amablemente, pero antes, y como corresponde a todo el género femenino, sin importar raza o cultura, se arregló su cabello para salir bien presentada.
Fue una experiencia muy enriquecedora, y me gustaría regresar allí para regalarle una copia de la fotografía que capté, llevarle una bolsa de caramelos "Ambrosoli" y, como recuerdo de nuestro coloquio ferroviario, unas piedras de carbón, que ella hechaba tanto de menos. Emprendí nuevamente la marcha por la línea del ferrocarril, persiguiéndome una jauría de perros por un buen trecho, llegando a la altura de la cantera a las 13:45 horas. Lo que más me impactó presenciar fueron las ruinosas estructuras de lo que fue la planta chancadora para producir balasto, o sea, la piedra sobre la que se depositan los durmientes de la línea férrea. No esperaba encontrar aquello, y fue una delicia para este arqueólogo frustrado.
Estuve en aquel lugar cerca de cuatro horas, recorriendo todo el sitio para fotografiar las antiguas estructuras. Mi interés de estar allí era fotografiarme en el túnel que allí existe, al estilo de la fotografía que aparece en el mencionado libro de Gustave Verniory. Estuve esperando a que terminaran las faenas en la cantera, ya que estaba trabajando una retroexcavadora y habían unos operarios que manipulaban un barreno neumático. Mientras esperaba aquella ocasión, me dediqué a comer parte de mi "cocaví": un par de plátanos, huevos duros, sandwichs y "Zuko Go!".
Mi viaje en bicicleta me llevó, finalmente, hasta el pequeño puente ferroviario que cruza las lentas aguas del estero que da nombre al lugar: "Metrenco" ('aguas lentas'). Llego al recinto de la ex estación, veo el edificio de la bodega en que trabajó mi abuelo a principios del siglo veinte y emprendo el regreso a casa.
![]() |
Licanco Grande a Metrenco, por la línea férrea. |
Corolario: Tendré que regresar al lugar, ojalá acompañado, para visitar a doña Leudora Painén, y para ver si fue despejada la boca del túnel de la cantera, en donde quiero obtener una fotografía al estilo de la que aparece en el libro "Diez años en Araucanía 1889-1899".
1 comentario:
me gusto la historia
le podrias haber colocado mas
de todo lo paranormal que se habla de esa cantera
Publicar un comentario