lunes, 13 de octubre de 2008

Lolol Mahuida Bajo

Luego de una buena cantidad de años, y mediante el Facebook, logré encontrar a un ex compañero del Servicio Militar, con quien coincidimos en los gustos de disfrutar de la pesca, salir en bicicleta a encontrarse con la naturaleza y de fotografiarla.

Fue así como después de unos cuantos emails y unas pocas llamadas telefónicas decidimos encontrarnos en una salida a "carretear" en nuestras 'bicis'. El día y hora acordados fue el sábado 11 de octubre, a las 10:30 horas, programando el encuentro en el cruce a la ex Base Aérea de Maquehue, ubicada en la comuna de Padre Las Casas, ciudad de Temuco. Me presenté en el lugar, pero pasaban los minutos y mi amigo no aparecía. Yo miraba hacia el puente carretero que conecta a Padre Las Casas con la comuna de Temuco, sobre el río Cautín. En eso estaba cuando suena mi celular: "Hola". 'Hola, Jaime'. "¿Dónde estás?". 'Esperándote en el cruce de la Base Aérea Maquehue'. "Yo estoy en el cruce a Maquehue". 'Regresa hacia el puente. Ahí me vas a ver'. Luego de unos minutos apareció en la distancia la figura de Jaime. Luego de sacarnos los cascos, darnos unos protocolares y afectuosos apretones de manos, un abrazo y la correspondiente conversación de saludo, nos dirigimos pedaleando por algunas calles rumbo al camino que nace en Padre las Casas y enruta hacia las localidades precordilleranas de Cunco y Melipeuco. La conversación amena hizo que los ocho kilómetros que anduvimos, hasta el lugar Roble Huacho-Pitralahue, pasaran inadvertidos. Desde allí nos desviamos a la izquierda, saliendo del asfalto y de la "civilización", continuando por un camino que nos condujo hasta un pequeño puente de madera que cruza un estero, que corría un poco turbio por la última lluvia caída en la noche anterior. Allí nos detuvimos unos cortos momentos y proseguimos por un camino, que por su estado se nota poco frecuentado por vehículos motorizados. Continuamos ascendiendo por el camino, que se hizo cada vez más pronunciado, por lo que yo tuve que desmontarme y empujar la bicicleta. Mi amigo Jaime, con mejor estado físico, subió toda la cuesta montado en su bici (bueno, tiene dos años menos que yo). En la parte alta, y finalizado casi el camino, descansamos y observamos el cerro que continuaba su ascenso hacia el cielo. Decidimos subirlo por una huella dejada por el arrastre de troncos de árboles que lugareños bajan para convertirlos en leña para sus hogares.

Nuestras bicicletas dejaron de ser nuestros vehículos y pasaron a ser una compañera a la que había que empujar hacia arriba. El ascenso fue dificultoso en algunos tramos, debido a lo gredoso de la composición del terreno y la lluvia caída horas antes, que hacía resbaloso el piso. Descansamos y nos fotografiamos; luego proseguimos el largo ascenso. Yo, literalmente, casi me "pisaba" la lengua del cansancio, pero logré llegar al lugar en que mi amigo estaba descansando bajo la cobertura de una plantación de pinos adultos. Había comenzado a caer un fino chubasco. Como observamos que la subida era más empinada, dejamos ocultas nuestras bicicletas junto con nuestros cascos. Jaime las dejó atadas con una cadena, lo que significó que las conserváramos...
Ascendimos hasta la cumbre de aquel cerro, lugar en que nuevamente nos fotografiamos.

Comenzamos a reconocer el terreno y nos internamos en un bosque mixto, de vegetación autóctona y plantaciones de pino. Jaime sacaba fotos a los árboles, a las plantas y a las flores silvestres.

Como a las 16:30 horas comenzamos a regresar. Saliendo del bosque vimos a unos perros, por lo que nos detuvimos y nos quedamos quietos. Esperamos hasta que los perros desaparecieron, cuando nos dimos cuenta que los canes no andaban solos, si no que con un joven mapuche con una pequeña barba negra al estilo "chivo" y que andaba en una bicicleta montañesa. Desde la distancia le hablamos, nos miró (no se había dado cuenta que estábamos en el lugar) y no nos respondió. Él, acto seguido, montó rápidamente su bicicleta y bajó a una velocidad vertiginosa una pronunciada pendiente, seguido por su perros. La velocidad con que desapareció rumbo abajo y entre los matorrales nos causó extrañeza. Al rato después, cuando llegamos al lugar en donde había dejados "ocultos" nuestros vehículos de dos ruedas, mi amigo Jaime dice "¡No está mi casco!", y yo expreso "El mío tampoco", y Jaime replica "También falta tu botella de agua"... Dedujimos que en la dura ascensión habíamos estado siendo observados desde algún punto desconocido, y que, una vez que dejamos las bicicletas, ese joven autóctono fue a "hacerse la América", pero como las bicicletas estaban encadenadas no se las pudo llevar, así es que tomó lo que pudo. El daño pudo haber sido peor: habernos sacado los asientos o las ruedas delanteras, de fácil desmontaje. Emprendimos la bajada un poco cabisbajos, pero con la sensación de que el mal fue menor. A media falda del cerro nos encontramos con un lugareño de la etnia mapuche con quien entablamos una entretenida conversación. Él fue quien nos dijo que el lugar en que estábamos se llamaba Lolol Mahuida (o lolol mawida, algo así como montaña o selva agujereada, en mapudungun). Aprovechamos de interrogarlo, describiendo al joven que nos hizo la "gracia", pero dijo no conocerlo. Nos despedimos de él y continuamos nuestro descenso. Más abajo encontramos a otro lugareño con razgos mapuches a quien también interrogamos, pero nerviosamente dijo no haber visto a ese joven. Continuamos bajando, llegando al comienzo de la senda que habíamos tomado horas antes. Allí tuvimos un encuentro con un adolescente mapuche, que nos dijo llamarse Felipe. Montaba en una bicicleta montañesa, vehículo ya muy común y que ya desplazó el uso de caballos para movilizarse en las zonas rurales. Le contamos de nuestra pérdida y le describimos al sujeto que nos había hurtado las especies, pero dijo no conocerlo. Nos despedimos de él y le dije:"Si te regalan un casco de ciclista, ojalá te quede bueno"... Desde allí montamos en nuestras 'bicis' y emprendimos una rápida bajada por el camino ripiado, logrando llegar prontamente al cruce con el camino de Padre Las Casas a Cunco. Como aún no era demasiado tarde, decidimos continuar nuestro pedaleo unos dos kilómetros más, hacia el cruce con el camino que lleva al "Puente Momberg" sobre el río Quepe.

Llegamos a dicho puente, bajamos a la playa, yo comienzo a preparar mi caña de pescar telescópica, cuando se puso a llover. El aguacero duró una hora, hasta las 18:15 horas. Apenas se detuvo la lluvia tomamos nuetras bicicletas y regresamos rápidamente, llegando a las 19:15 horas hasta el lugar en que nos separamos, cada uno para su destino particular.

Fue una grata experiencia salir con Jaime, pese al "percance", pero, aunque desagradable, nos proporcionó experiencia para una próxima salida, la que acordamos tener a principios del mes de noviembre próximo.


No hay comentarios: